2.1. Contexto histórico

Durante el siglo XIX y principios del XX, el trabajo doméstico fue prácticamente la única opción de empleo remunerado para las mujeres.

En aquella época, los hombres eran considerados los cabezas de familia y los principales sustentadores de la economía doméstica. Las mujeres de clase burguesa, por su parte, dependían económicamente de sus maridos y contaban con servicio doméstico para la realización de las tareas del hogar. Además, se les negaban derechos fundamentales: no podían votar, acceder a la universidad ni ejercer profesiones que requirieran formación especializada. Tampoco podían solicitar créditos, administrar su propiedad ni tener autoridad legal sobre sus hijos.

En 1851, aproximadamente un 40% de las mujeres inglesas en edad de trabajar se desempeñaban como criadas. La mayoría de ellas provenían de zonas rurales, eran jóvenes y no tenían cargas familiares, lo que facilitaba su total dedicación a estas labores.

2.2. Mujeres en el mundo laboral

A lo largo de la historia, la desigualdad de derechos entre hombres y mujeres ha sido evidente. Aunque el movimiento feminista ha logrado avances significativos, la plena igualdad de género sigue siendo un desafío pendiente que requiere un esfuerzo constante para convertirse en una realidad.

Según ONU Mujeres, aún persisten significativas desigualdades de género en sectores clave como la política, la ciencia, los medios de comunicación, la cultura y el deporte. Estos datos reflejan que las mujeres siguen enfrentando barreras para acceder a posiciones de poder, a pesar de los avances logrados en otros aspectos de la igualdad de género.

Una de las principales razones detrás de esta desigualdad es que, históricamente, los hombres han tenido el apoyo de estructuras familiares que les permiten dedicarse plenamente a profesiones de alta responsabilidad. En contraste, las mujeres suelen enfrentarse a situaciones opuestas, donde su acceso a puestos de liderazgo se ve condicionado a la ausencia de responsabilidades familiares o a la capacidad de reducirlas al mínimo.

Este contexto crea una dicotomía para muchas mujeres, que deben elegir entre la familia y una carrera profesional de alto nivel que requiere dedicación exclusiva y horarios extensos. Los trabajos que exigen una gran disponibilidad y horas extraordinarias no son viables para aquellas personas que asumen la carga de la familia, lo que limita sus oportunidades profesionales y, en consecuencia, su progreso en el ámbito laboral.

Sin embargo, el estancamiento de las carreras de las mujeres no se debe únicamente a los problemas de conciliación entre la vida laboral y familiar, ya que los hombres también enfrentan esta dificultad. La diferencia radica en las expectativas sociales y culturales impuestas a las mujeres, que, a diferencia de los hombres, son incentivadas a adoptar medidas de conciliación como la reducción de jornada o la reubicación en puestos internos con menor dedicación, lo que frena su desarrollo profesional.

En este sentido, las políticas de "conciliación" en muchos casos terminan perjudicando a las mujeres altamente cualificadas. Las medidas que deberían facilitar la igualdad de oportunidades en el ámbito laboral, como la reducción de jornada, a menudo terminan limitando las aspiraciones profesionales de las mujeres, dejándolas al margen de los cargos más altos y de las oportunidades de liderazgo. De esta manera, estas medidas, en lugar de resolver el problema de la conciliación, tienden a acentuar la desigualdad de género en las carreras profesionales, privando a las empresas de todo el talento disponible.

A continuación, se presentan una serie de información y de datos que permiten comprender mejor la situación actual.

2.3. El trabajo reproductivo y su impacto en la desigualdad de género

El trabajo reproductivo engloba todas aquellas actividades necesarias para el bienestar del hogar y la familia, como el cuidado de personas, la gestión del hogar, el mantenimiento y la organización familiar. Aunque su realización ocurre principalmente en el ámbito doméstico, su impacto se extiende a toda la sociedad.

Históricamente, el trabajo reproductivo ha sido considerado secundario y no remunerado, en contraste con el trabajo productivo, que ha recibido reconocimiento económico y social. Esta distinción ha contribuido a una desigualdad estructural, donde las tareas domésticas y de cuidado han recaído mayoritariamente en las mujeres.

Durante siglos, se justificó esta división argumentando que las mujeres poseían una "aptitud natural" para las tareas del hogar, mientras que los hombres eran responsables de la producción económica. Sin embargo, hoy sabemos que esta diferencia no es biológica, sino el resultado de un proceso de socialización que refuerza estereotipos de género, asignando a las mujeres el rol de cuidadoras y a los hombres el de proveedores. Esta percepción ha limitado la autonomía económica de las mujeres y ha dificultado su plena participación en la vida laboral y política.

A pesar de la incorporación de las mujeres al mercado laboral, la redistribución equitativa del trabajo reproductivo sigue siendo un desafío. Mientras muchas mujeres han asumido empleos remunerados, los hombres no han asumido en la misma proporción las responsabilidades domésticas. En España, el 85% de la población aún organiza su tiempo según los estereotipos tradicionales, lo que refleja la persistencia de esta desigualdad.

Las mujeres realizan el 67% del trabajo reproductivo, a pesar de representar el 39% de la producción de mercado. En 3 de cada 10 hogares con personas dependientes, la falta de recursos para contratar ayuda externa ha llevado a una mujer de la familia a asumir el cuidado, a menudo sacrificando su empleo o reduciendo su jornada laboral. La carga del trabajo reproductivo tiene un impacto significativo en la salud y el bienestar de las mujeres, generando altos niveles de estrés, sobrecarga y coste personal.